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¡Se te queda una cara de tonto al ver esto!

Por Miguel Ángel Bolaños

Paco es un cliente asiduo, que no solo compró una bici en su día, sino que de vez en cuando se pasa por el taller a realizar mantenimiento o arreglos y ya de paso aprovecha para darse algún caprichito más.

En esta ocasión, ha decidido cambiar su transmisión porque el casette y la cadena lo tiene fundido y ya puestos, quiere aprovechar para pasar su vieja pero querida bici con doble plato a un sistema monoplato mucho más moderno y sencillo, de modo que solicita un presupuesto.

Y aquí viene el primer problema para la tienda. Se le ofrece un presupuesto con un precio muy ajustado, ya que es cliente habitual y conocido. Pero como la operación supone un dinerito, coge su móvil y mira precios de los mismos componentes en internet.

¿Cuál es su sorpresa? Pues que la diferencia en el precio de las piezas es sorprendentemente grande. Se lo comenta al vendedor porque tiene confianza con él, y ¿cuál es la sorpresa del vendedor? Pues que, para asegurarse bien, se acerca al ordenador con el objeto de comprobar en el sistema los precios, y en algunos casos comprueba con el cliente delante que el precio de venta de la tienda online es igual o incluso inferior al coste o precio de compra para la propia tienda. ¿Cómo?

En algunos casos los clientes aceptan el presupuesto porque entienden la situación, y les parece razonable el coste de la mano de obra, o bien porque no son suficientemente manitas como para hacerlo ellos mismos en su casa si lo compran en la tienda online.

Pero en otras muchas ocasiones te responden con el típico “me lo voy a pensar…” y ya sabemos lo que eso significa. Es más, muchos clientes en la mayoría de las ocasiones no son conocedores de la situación que soportan las tiendas, y tienden a pensar que “los tenderos son unos ladrones y se están forrando”, cuando esa no es la verdadera razón.

Y como es lógico, al vendedor, ¡se le queda una cara de tonto al ver esto!

Veamos la misma situación, pero desde otro punto de vista incluso peor aún: los propios empleados de las tiendas. La mayoría de los que trabajamos en este sector somos ciclistas y consumimos bastante material o nos encaprichamos con lo nuevo.

Un empleado solicita al dueño de la tienda el nuevo grupo que acaba de salir y que estaba esperando desde que se anunció, para actualizar su bici de 11 velocidades a 12. ¿Y qué ocurre? Pues exactamente lo mismo. Que el precio de venta que el dueño le puede dar a su propio empleado, que en la mayoría de las ocasiones es a coste, es incluso mayor que el PVP al que el empleado lo encuentra en las tiendas online. ¿Cómo?

Además del compromiso al que se le somete al empleado, que tiene que decidir entre comprar más caro en la tienda en la que trabaja o comprarlo más barato pero fuera… en fin, que no es una situación agradable.

Y como es lógico, al dueño de la tienda, ¡se le queda una cara de tonto al ver esto!

Está claro que, en una economía de libre mercado, hay libertad para hacer ofertas, promociones, descuentos y demás. Pero vender a coste o casi, no es sostenible en el tiempo, y vender por debajo del coste además es ilegal.

Honestamente, con los programas informáticos que existen hoy en día, un fabricante, un distribuidor o ambas, pueden detectar estas situaciones al instante, y deberían tomar cartas en el asunto de manera inmediata. Al menos, esa es mi opinión. 

Por tanto, por el bien de todo el sector, o se establecen unos mínimos que entran dentro de una “lógica comercial razonable”, y se controla más esta situación anómala de precios de venta ridículos en determinadas categorías de producto y especialmente por parte de algunas tiendas online, o una vez más, insisto en que, en una situación de guerra total de precios, todo el sector entero se empobrece.  

Y francamente, a mí también se me queda una cara de tonto al ver estas cosas…

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